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LAISUM. No te quedes atrapado Manuel Gil Antón LAISUM. - México.

LAISUM

22 de febrero de 2015

No te quedes atrapado
Manuel Gil Antón
LAISUM. - México.



NOTA. Estimados probables lectores. Gracias a la generosidad de Angélica Buendía y el equipo de LAISUM, he recibido la invitación, que es un honor, de contar, con cierta periodicidad de un espacio de opinión en el Laboratorio. He retomado el título de la columna que durante más de 10 años escribí, entre 1994 y 2004: EL PEÓN DE MARFIL. No pretendo escribir desde la Torre de Marfil, en la que importa mostrar cuánto se sabe o cuán indescifrable resulta el lenguaje del autor del texto, como signo de calidad. Mis maestros en este oficio me enseñaron, desde temprano, que lo que importa es comunicarnos. El que escribe hace la mitad del trabajo, que sólo queda del todo realizado cuando con generosidad alguien le dedica unos minutos a leerlo. En esta primera oportunidad quiero hacer dos cosas: la primera es dedicarle el texto a Eduardo Ibarra: en estos meses el año de su partida, le echaba ganas a mejorar. No se pudo: lo echo de menos un buen. Y por otra parte, iniciar con la reproducción de un texto en que seguro converge la ética del fundador de LAISUM con quien esto escribe: uno no siempre logra un material que crea que dice bien lo que se comparte con otros. ¿Para qué intentar mejorarlo, o realizar otro a escasos tres días de que se cumplan 4 meses de la criminal acción contra los muchachos de Ayotzinapa? Arranco, pues, con la publicación, para otro público, de la misma indignación de hace un mes. Gracias. 

No te quedes atrapado


Ya basta. Estamos hartos. Es preciso superarlo. Mira más lejos: al futuro luminoso derivado de las reformas estructurales. No te atores, escribidor. No caigan en la trampa, muchachos. Salgan del atascadero, muchachas. La verdad histórica se ha dicho. A callar. Den vuelta a la página. Total, el asunto es diáfano: un grupo de delincuentes recibió de otro grupo de delincuentes a los estudiantes de la Normal, los mató, los quemó y esparció sus cenizas en el río. Como si fuera un partido de americano: Guerreros contra Rojos. Los chavos estaban en medio. Ni hablar. Nos cala, nos ha lastimado. “Pero (dijo el Presidente) también estoy convencido de que este instante, que este momento de la historia de México, de pena y de tragedia y de dolor no puede dejarnos atrapados, no podemos quedarnos ahí”.

Atrapar viene de trampa. Al caer en una, quien lo hace no se puede mover. Circulando jóvenes, circulando. Hay lugar atrás – como en el micro. Pásele, digamos por decir una, a la Reforma Educativa, ¿qué no la ve? Mire, a media página del diario, arriba, hay una foto en blanco y negro que muestra la imagen de un aula destartalada, con pupitres rotos, pizarrón cuarteado… y vacía. En la otra mitad, a todo color, el salón relumbra de limpio. En los pupitres estudiantes impecables. La maestra muy idónea, radiante de tan apta. El pizarrón repleto de operaciones de aritmética a resolver y, para rematar, la madre de todas las pruebas, la leyenda, las palabras infalibles: antes, no estaba bien la educación; ahora, con la reforma educativa vea no más…Pura calidad. Ni Finlandia. Mover a México. ¿El escenario de las palabras del presidente? Los diálogos (el monólogo del poder) por la educación superior. Sin palabras.

Es cierto. Les urge mover los ojos de los mexicanos de la trampa, del barranco donde la impunidad ha cavado hondo. Dejen de voltear a Ayotzinapa. Caso cerrado. O no del todo, se corrigen, sino abierto al cansancio. Porque estar cansado, consideran, es contagioso. Muchos presos, sí. ¿Y los que durante años, siendo autoridades locales, estatales y federales cerraron los ojos mientras se ahondaba el foso? Tranquilos. Promoviendo al vástago para edil del puerto. En silencio, agazapados: ya viene la oportunidad de brincar a un nuevo puesto. A sus casas todos. Nosotros, afirman sin palabras, con sus pasos, a la blanca mansión, o a la de campo: el golf relaja, calma los nervios luego de anunciar recortes presupuestales. Ustedes, a las suyas. ¡Ya estense sosiegos!

Atrapados por la muerte, ayunos de sitio o dirección para escribirles, hay 43, y más, muchos más. Es la trampa de la tumba: duda, incertidumbre, hueco. Quieren ponerle tierra y cemento. Ya no se asomen, solicitan y hasta exigen. No. En mi mirada mando yo, mandamos nosotros. Veo para donde mi derecho asiste. ¿Por qué tal afán de aluzar lo que quieren que sea (ad)mirado?

Porque en otra hondonada, enorme, están ellos. Sí, enteritos. No entienden que sí entendemos su papel en la barbarie, activo, pasivo y neutro. ¿Quieren salir del hoyo? Aclaren, asuman, no roben ni mochen lo poco que tenemos. Cumplan la ley, y no desaprovechen las oportunidades de quedarse callados: han tenido muchas y las llenan de palabras vacías, más falsas que un billete de tres cincuenta, o más sucias que un dólar, hoy, a nueve pesos.

Nosotros no estamos atrapados: caminamos. Buscamos rumbo. En la cueva del timo y la estafa está apresado un poder, legal, que pierde legitimidad a borbotones. Ayotzinapa es hecho crudelísimo, símbolo y acicate: no olvidaremos, porque país que olvida quiebra su presente y no atisba futuro. No saldrán de nuestro corazón, recordaremos, a los estudiantes. Tampoco se escapará del lugar de la indignación lo que impulsa la demanda por justicia. No hay reforma que prospere de la mano de tal cinismo. Y menos la educativa. Atrapados. Sí: hicieron el socavón y no hallan escalera.

Profesor del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México

mgil@colmex.mx


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